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lunes, 18 de diciembre de 2017

Testamento de don Lope de Figueroa y Barradas, transcripción hecha por CARMEN HERNÁNDEZ MONTALBÁN, Archivera del Archivo Diocesano de Guadix.




(Guadix, Granada, ca. 1541-1542​ — Monzón, Aragón, 28 de agosto de 1585) ​ fue un militar español, caballero de la Orden de Santiago, comendador de la encomienda de los bastimentos del Campo de Montiel, capitán, maestre de campo general y capitán general de la costa del Reino de Granada.

(Ortografía actualizada)

"In Dei nomine Amen sepan cuantos esta carta de testamento última y postrimera  voluntad vieren,  como yo don Lope de Figueroa, comendador de la encomienda de bastimentos del Campo de Montiel y capitán general de la costa del Reino de Granada, estante en dicha villa y corte de Monzón donde está su Majestad, enfermo en cama de enfermedad que Dios Ntro.  Sr. fue servido de me dar aunque sano de mi juicio y entendimiento, creyendo como firmemente creo en la Santísima Trinidad, Padre Hijo y Espíritu Santo y en lo que cree y tiene la Santa Madre Iglesia de Roma, otorgo que ordeno mi testamento en esta manera:
Mando que cuando fuere Ntro. Señor servido de me llevar, siendo en esta villa de Monzón, mi cuerpo se deposite en el monasterio de Sr. San Francisco de ella y si fuere fuera de ella no habiendo dicho monasterio, se deposite donde a mis testamentarios les pareciere y que se deposite el dicho mi cuerpo en este hasta que se lleve al monasterio de Sr. San Francisco de Guadix donde sea sepultado en la capilla mayor donde están mis antepasados.
Item que el día de mi fallecimiento se me diga misa de réquiem cantada en la forma acostumbrada y siendo hora de vísperas se haga el depósito se haga vigilia y lectiones que a mis testamentarios les pareciere y otro día la dicha misa y en lo que tocare a frailes (…) que hubieren de llevar mi cuerpo y cera, y otros gastos, lo dejo a voluntad de mis testamentarios con que se haga todo muy cumplido.
Mando se ponga mi cuerpo en el dicho depósito con las insignias que se acostumbran poner las personas que han muerto en servicio de su rey con los cargos que yo he tenido y tengo  en el dicho depósito, y en el entierro se pongan las señales que se suelen a los que mueren en servicio de su Rey y Sr. que han vivido en mi profesión e habito y en lo que tocare a la orden que quiero se tenga con mi entierro en la dicha Guadix y monasterio de ella se cumpla un memorial que yo dejo al Capitán Ferrer firmado de mi nombre en lo cual dejo mi voluntad.
Que se digan por mi anima luego como yo falleciere y por las animas de mis padres e abuelos que estén en gloria y por si acaso hubieren dejado de decir alguna misa que decir de las de mi orden, quinientas misas rezadas de réquiem y se digan en el dicho monasterio la mayor parte de ellas donde yo fuere depositado y las demás se digan en los otros monasterios e iglesias que hubiere como les pareciere a mis testamentarios, teniendo consideración como dicho es que la mayor parte donde yo me depositare con toda brevedad en el altar de Ntra. Señora.
Es mi voluntad que el día de mi señora de la concepción de cada año perpetuamente, que es cuando se gana el jubileo plenísimo que el papa Pio quinto concedió a mis sucesores se casen tres huérfanas, que a todas tres se les de doscientos ducados castellanos repartidos entre ellas conforme a las calidades con que se […] de sus partes iguales. Y habiendo hijas de viudos de mi casa así de mis pasados como de mis sucesores si fueren mujeres honradas prefieran a las demás y las dichas huérfanas arriba dichas han de ser naturales de Guadix o Alpujarras por las victorias que Dios Ntro. Sr. me dio en ellas y habiéndolas algunas que fueron hijas de soldados, gente de guerra, estas tales prefieran a las demás y así mismo prefieran a todas las otras arriba declaradas las hijas que llaman del Reyno, criadas de mi hermano don Fernando de barradas, las cuales teniendo edad para se casar se les dé la dicha limosna y más cumplidamente aunque sea toda entre dos.
Item el día siguiente al dicho de Ntra. Señora de la Concepción de cada un año perpetuamente se digan en el dicho monasterio de Guadix una misa cantada en la cual se hallen el cabildo y monasterios de la dicha ciudad y en ella se predique el martirio que se hizo a los bienaventurados santos mártires frailes de señor San Agustín en Guecija del Reino de Granada que fueron martirizados puestos en una alberca de aceite ardiendo diez y ocho frailes y prior con ellos cuando el alzamiento del dicho Reino estando todos hincadas las rodillas muy constantes en la fe, los cuales al cabo de dos años que estaban en la dicha alberca habiéndolo yo sabido de los moros y que los comían fieras y algunos de ellos se veían con cilicios los huesos como si aquel día se los hubieran puesto, ofreciendo a Ntro. Señor el sacarlos de allí, estando el río de Almanzora lleno de moros junté la gente que pude de las Alpujarras y hice entrar en el dicho monasterio a donde fue Ntro. Sr. servido degollar más de mil moros y traer cautivos y presos novecientos, y envié los dichos huesos de dichos santos al dicho monasterio de la ciudad de Guadix de donde la ciudad y […] de ella salieron dos leguas a los recibir y los llevaron en la forma dicha y pusieron en el dicho monasterio en la Capilla mayor donde se pongan mis huesos debajo de ellos, y porque la Orden Agustina pretenden se les deje llevar estos mártires a su orden, quiero se defiendan con toda diligencia y no se dejen sacar jamás, pues ellos no los sacaron de donde fueron martirizados en dos años y se fuere fuerza e sacarlos se procure que de alguna parte de ellos, y con los que quedaren se haga lo mismo y el día que los santos frailes sacaron de una alberca estuvo presente el licenciado Ulloa, Provisor de las Alpujarras de granada que le había enviado el señor arzobispo don Pedro Guerrero a saber si a [… ] se podrán enviar sacerdotes a las dichas Alpujarras para administrar los sacramentos y el dicho provisor los sacó como él ha dado fe y algunos capitanes. Y por esta devoción a santos mártires es mi voluntad se diga la dicha misa para siempre jamás.
Mando se diga por mi ánima perpetuamente en el monasterio de señora Santa Clara de Murcia donde mis bisabuelos están enterrados una misa rezada rogando por ellos y mi intención y los demás descendientes de mi casa difuntos, y se diga a las diez más de medio día y para esto el dicho mi hermano o quien le sucediere, señale las personas que les pareciera para que esto se cumpla y así mis herederos acudan cada año con lo que les pareciere para el reparto de la sepultura y armas que están en la dicha Iglesia y capilla mayor y en la casa para que no se pierda la memoria y para decir la dicha misa dejo en cada un año cuarenta ducados y lo demás queda a lección de mis herederos.
Mando que se den en cada un año cien ducados para sacar dos cautivos de esclavitud de moros y siendo del Marquesado o Guadix, sean preferidos si los hubiere y si no que sean hijos de soldados.
Item mando se den en cada un año sesenta ducados para sacar presos de la cárcel de Guadix, teniendo consideración que se saquen los más necesitados y habiendo forasteros o soldados sean los primeros y se le de esta limosna víspera de Navidad de cada año.
Si Alonso del Castillo se casare él y sus hijos gocen de la dicha limosna de cárcel acaesciéndole alguna cosa y teniendo dos hijas, gocen de la limosna de las huérfanas las cuales y las hijas del vizcaíno sean las primeras por haber muerto su padre en la guerra ayudándome y porque el vizcaíno ha mucho tiempo que sirve en mi casa.
Item en cada año se den a Doña Jerónima, mi hija que está en la Concepción del monasterio de Guadix treinta ducados mientras viviere.
La víspera de la Magdalena de cada año perpetuamente se diga en la iglesia de la Magdalena de la ciudad de Guadix una misa cantada solemne con la música que hubiere, dando gracias a nuestro Sr. por la victoria que en este día tuve en Flandes en lo cual se gaste lo necesario como al dicho mi hermano y sucesores le parecieren.
Del tiempo que fui capitán, solo me parece ser en cargo de su Majestad como mil ducados, mando se le restituyan si los quisiere y después acá no le soy encargo a su Majestad en cosa alguna.
Mando que siendo depositado en el dicho monasterio del Sr. San Francisco de esta villa de Monzón, se le dé al dicho monasterio cinco varas de Damasco Blanco para un frontal por la necesidad que del tienen poniendo en él mis armas.
Y para mejor cumplir todo lo arriba dicho, aunque tengo bastante satisfacción de que mi hermano lo hará cumplir sin faltar cosa alguna para que sus herederos y sucesores lo hagan así como lo tengo dicho y quiero y mando que el guardián del Sr. San Francisco y prior de Santo Domingo y el corregidor que es o fuere de la dicha Guadix puedan saber y entender si esto de mi testamento se cumple o no y por justicia haciendo diligencia lo hagan cumplir de manera que todo tenga efecto y por el trabajo nos pongo con los susodichos de la parte del bien de las dichas limosnas que Ntro. Sr. diere y fuere servido.
Mando que se haga un retablo para la capilla mayor de Sr. San Francisco de Guadix hasta cuatrocientos o quinientos escudos que sea a la voluntad de mi hermano y de la vocación de la Ntra. Señora y Sr. San Francisco y para el santo Jubileo que en la capilla mayor haya una reja muy buena que se vea la veneración que se ha de tener a dicho jubileo.
Declaro que en poder de mi hermano queda la cantidad de maravedís que Hernando de Isla dirá por tener la cedula y cuenta de ello con él y lo mismo el capitán Ferrer, que saben lo que mi hermano me ha dado lo que tengo en censos en Guadix y también dirán de los censos que tengo sobre la ciudad de Guadix y otras partes porque tienen la cuenta.
Dejo hasta doce mil ducados poco más o menos que los que son al justo, tiene claridad el señor Francisco Garnica, contador y en su nombre están en el banco de Antonio Vázquez en Madrid y por mis cartas se ven lo que hubiere recibido de ellos, remitidos por la vía del dicho Isla.
Mas dejo otros dos mil ducados o, poco más o menos que el dicho Hernando de Isla tiene hecho conocimiento de ellos y son del fenescimiento de cuentas que con el arrendador de mi encomienda se hizo de los años pasados en la cual cantidad entran seiscientos dicados poco más o menos que el dicho isla ha tomado para sí.
Dejo mas lo que hubiere montado de una renta la dicha encomienda en este año de ochenta y cinco de que el dicho Isla dará razón como quien tiene a cargo tomar cuenta al arrendador y todo esto se venda el pan a la casa si hubiere más y se repartan treinta fanegas de trigo y treinta de cebada entre los más pobres de la dicha encomienda sin llevarles dinero por esto.
Dejo lo que se me debe de las rentas que tengo en la aduana de Sicilia, en Palermo que lo que líquidamente es no puedo declararlo y me remito a la cuenta que el señor don Diego de Juarra enviare de los años que por me haber merced lo ha cobrado y de los recargados que el señor don Juan Osorio ha tenido a cargo de cobrar así mismo se verán mis papeles y cuentas y por relación que enviare y por ellos se verá que lo que su merced debe y se cobre así mismo de (¿Rivalora?) que aunque todo está en la cuenta del dicho señor don Juan Osorio es cierta partida separada que dejó de pagar el tiempo que tenía arrendada el aduana.
Dejo en Poder del señor don Sancho de Padilla, castellano de Milán, trescientos escudos que ha cobrado del Abad de Espevari que me debía, que son los que presté al conde de la trinidad.
Item dejo cien ducados que ha de cobrar el contador Pedrosa en Lisboa de quien tiene memoria de mí.
Dejo en Poder de Don Pedro Zapata, mi primo, mil y trescientos ducados que le he prestado de los cuales creo ha pagado como cien ducados poco más o menos por cuenta del dicho Isla y póliza que de él tiene el dicho don Pedro los cuales se cobren de él en dos años por la comodidad con tal que se aseguren del pagamento para que vuelvan a mis herederos.
Dejo en poder de doña María Manuel, mi prima, trescientos ducados que le presté de que el dicho Isla tiene cédula.
En poder de Doña María Valdés, hija de la susodicha, dejo otros ciento y cincuenta ducados que le presté cuando murió su marido y estos le dio Hernando de Isla por la cuenta que tiene después porque se feneció con él en […] y porque se ha quedado necesitada no se cobren de ella, sólo se cobren los trescientos ducados de su madre.
Item me debe el señor don Alonso de Leyva doscientos escudos que le presté en Flandes, cóbrense de él.
Item se cobren de don Juan de Villarroel doscientos ducados que le presté en Barcelona y Monzón y los demás que paresciere porque como está enfermo se le va dando lo que ha menester.
Item dejo la arroba que se verá por una memoria que Hernando de Isla hizo en Madrid, que está en su poder y una sortija grande de diamantes de que la ha de pedir cuenta y la memoria se hizo cuando yo partí de allí para estos reinos, digo que va la memoria dentro del testamento.
Item dejo la arroba que se verá por memoriales en este testamento y la plata de mi servicio.
Dejo dos caballos, uno alazán y otro bayo y otro bayo y otro caballo castaño y dos cuartagos y un rocín viejo y una aquilla gallega, un macho castaño y otro negro.
Item queda un coche que es de don Gerónimo de Valenzuela que me prestó en Madrid con sus mulas y por haberse lisiado la una, si no estuviere para llevar el dicho coche se le dé el macho negro en lugar de ella y se aderece bien el coche y se le envíe a Madrid a buen recaudo.
Las Horas que tengo de la princesa y rosario de coral, mi rodela y celada y mi venera de oro no se venda porque quiero se lleve a mi hermano.
Mando que a Andrés de Leyba que tiene a cargo los caballos se le dé el vestido nuevo de Holguín y un ferreruelo y veinte y cinco escudos de a cuatrocientos y más se le dé una [robilla] de raso.
A Francisco Pérez, paje, se le debe el vestido de la librea y trescientos reales para si quisiera ir a ser soldado o irse a su casa.
A Figueroa, paje se le dé el vestido y lo necesario para se ir a Guadix de manera que vaya bien puesto.
A el viscainillo paje, se le dé el vestido y lo que hubiere menester para se ir a su tierra y si quisiere asentarse con el Sr Don Juan […] y si quisiere con mi hermano se le envíen bien acomodado.
A Bovadilla y su hermano, pajes, sus vestidos y a cada cien reales y se entreguen al mayor.
A Juan de Scoz que tiene a cargo la plata se le dé el vestido y cien reales.
A Spinosa, lacayo, este por me haber servido más que los de arriba, se le dé la dicha librea y cien reales.
A Francisco Sarmiento, mi secretario, se le den quinientos reales y un ferreruelo y un sayo de paño negro mío.
A Palacios, mayordomo, se le den doscientos reales y se encomiende a mi primo.
Los criados declarados no gozan de sueldo porque no le tenían.
Giles y Rodríguez, lacayos se vea la cuenta y se le pague lo que se le debiere cumplidamente y se le dé algo más.
El cocinero así mismo se le vea la cuenta y se pague lo que se debiere y algo más.
A Gabriel Girón se le den cien ducados de oro por haber mucho tiempo que me sirve y se le den por una vez y mi hermano le entretenga queriendo él serville.
A la Madre de […] se le den veinticinco escudos por una vez. Al vizcaíno que está en Guadix se le darán otros veinticinco escudos por una vez y el censo que le tengo dado sea perpetuo para él y sus sucesores y no entre en esta cuenta de veinte y cinco escudos por dárseles de más del dicho censo.
A mi Sra. Doña Juana de Barradas se le den cada año por su vida ciento y cincuenta reales y se le pague lo de la lámpara de este año.
A mi Sra. Doña Catalina, su hermana, se le den por una vez doscientos reales.
A Cisneros, criada de la dicha casa se le den cien escudos de oro que la mando de más de la haza de tierra que mi hermano le dio por mi cuenta.
Y porque cuando me embarqué para la tercera quedaron en poder del pagador Foronda seiscientos escudos que habían sobrado de limosna del hospital los cuales cuando se volvió de la jornada.
Remití al Señor Marqués de Santa Cruz para que los encaminase donde la gente estuviese y por haber tenido aviso del capitán Gamboa que los mercaderes a quien se dieron no han acudido con ellos se hará diligencias para que este dinero se cobre de las personas que lo hubieren tomado a cargo de dar que el dicho Marqués dará claridad por ser cosa de limosna para que el hospital lo pueda cobrar.
Dejo por mis testamentarios y albaceas a los Señores don Juan Enríquez, mayordomo de su Majestad que está en esta corte de Monzón y al Sr. don Fernando de Barradas, mi hermano y al Capitán Miguel Ferrer, y a Hernando de Isla, vecino de Guadix in solidum y a todos cuatro juntamente a los cuales y a cada uno doy poder para que administren mis bienes y cumplan este mi testamento y del remanente de los dichos mis bienes muebles y raíces dejo por mi universal heredero al dicho don Fernando de Barradas, mi hermano y revoco otro cualquier testamento por escrito o de palabra,  por codicilo haya hecho que quiero no valga, salvo el que ahora otorgo.
Item declaro y mando que de los seiscientos escudos que me debe Hernando de Isla es mi voluntad que se quede con los trescientos atento sus necesidades.
Que hago la confianza que le debo al capitán Ferrer al cual dejo ochocientos ducados de mi hacienda y el mejor caballo que tengo para que lo tome a su voluntad."
Fuentes: 
Testamento que hizo don Lope de Figueroa en Alexandría de la Palla a 13 de diciembre de 1577. Archivo Municipal de Écija. (Leg. 332, doc. 16, f 2v).


viernes, 10 de marzo de 2017

Presentación de "El alba inacabada", de ALICIA MARÍA EXPÓSITO.



“El Alba inacabada”,
De Alicia María Expósito.

Presentación: Patio del Ayuntamiento
 18 de febrero de 2017, 19 h.
 por Dori Hernández Montalbán.

Alicia María Expósito nos ha encargado la agradable tarea, aunque no fácil, de hablar de poesía esta tarde, hablar de su poesía. Responsabilidad que he asumido sin vacilar y, honor inmerecido que le agradezco enormemente.
Quienes me conocéis sabéis que no puedo entender la vida sin poesía, sin arte, en definitiva; y que estoy siempre dispuesta a reivindicar a través de las manifestaciones artísticas un mundo más justo. Como creo que poesía y arte están interrelacionados entre sí a través de vasos comunicantes, a través de diferentes y diversas energías, llegados a este punto conviene preguntarse ¿qué energía fundamental es la que alimenta la poesía.
Toda poesía, en mi opinión, ha de tener corazón, y como consecuencia ha de contener verdad, pues sin verdad la poesía se convierte en simple ornamento, en retórica pura, estampitas amarillas para decorar la casa. Por eso, al leer el poemario de Alicia María me invadió una profunda emoción, al comprobar que la poesía de Alicia está llena de verdad que es igual a belleza, y además, ese corazón que desemboca en verdad, que es igual a belleza es necesario.
La verdad se hace cada día más necesaria, más en este preciso momento en el que vivimos, en este mundo desubicado y en exceso pragmático en el que todos estamos inmersos y no sabemos a dónde parará. Esta desnudez, yo diría, es casi revolucionaria, porque atenta contra toda falsedad e hipocresía. Por eso –los verdaderos poetas- como lo es Alicia María Expósito, a través de su íntima y verdadera visión del universo interior, se baja del carro, de lo farragoso de este mundo, prescinde de oropeles y se instala en la hermosa poesía de la verdad. Esa serena verdad que pone en sintonía cuerpo y alma, que la lleva a la raíz de sus emociones y las convierte en armoniosa melodía. Por lo tanto, apostar por esta poesía de la verdad, implica creer en lo más auténtico y fidedigno del ser humano y efectivamente, la poesía de Alicia bebe de esta tierna esencia, de su íntima verdad. Así las cosas, creo que ella, la poeta y la maravillosa mujer que es Alicia, se ven reflejados en su poesía; inclusive en aquellos márgenes de bruma dolorosa. Eso sí, una vez han sido alumbrados por este Alba inacabada, que no es otra cosa que un permanente amanecer de vida y esperanza.
Al terminar de leer el poemario de Alicia, inmediatamente le escribí un correo diciéndole lo mucho que me había conmovido su poesía:

“Eres inmensa, grande, qué difícil contener ese torrente de vida y expresarlo tan magistralmente. Un abrazo.”

En cuanto a la estructuración del poemario considero que está muy bien estructurado y precisamente expresado en la sinopsis realizada por Jorge Rafael Marruecos Hernández que aparece en la contraportada.
Nuestro cometido no es otro que acompañar a Alicia María en este nuevo vuelo de su segundo poemario. Ahora toca a los lectores disfrutar de sus versos y a los críticos literarios opinar sobre ellos. Una vez que la obra se publica, deja un poco de ser nuestra para ser de todos pero no olvides, Alicia, que los críticos suelen ser como los ornitólogos, que saben todo del pájaro pero no pueden hacerlo volar, pues sólo él conoce el misterio de su vuelo.

Enhorabuena y a volar. 

martes, 7 de marzo de 2017

Manuel Bravo Palacios, el amor terrenal de Josefa Segovia, por CARMEN HERNÁNDEZ MONTALBÁN



El año pasado se llevaba a la pantalla la película “Poveda” de Goya producciones, dirigida por Pablo Moreno. La historia del párroco de las Cuevas de Guadix, actualmente Santo, Pedro Poveda, se trasladaba a las pantallas de los cines con gran éxito de taquilla y crítica.
El sacerdote y pedagogo realizó su labor misionera en Guadix, fundando las Escuelas del Sagrado Corazón, actual colegio que lleva su nombre, aplicando los métodos de la Escuela Nueva. Su trabajo despertó la admiración, y también, la envidia de propios y ajenos. 
Es de destacar su interés por la formación de la mujer, cuando abre una academia pedagógica femenina para estudiantes de magisterio y más tarde crea la Institución Teresiana de la mano de la joven estudiante Josefa Segovia Morón.
¿Quién era Josefa Segovia? conocida por los allegados como Pepita, fue una muchacha de Jaén que nació en 1891, hija de un matrimonio joven de modestos recursos: don Manuel Segovia y Doña Dolores Morón, la segunda de una familia numerosa.
Por el tiempo en que Pedro Poveda le ofrece la dirección de una de sus academias tenía 22 años. Había cursado dos cursos en la Escuela Superior de Magisterio de Madrid y se había trasladado a Jaén para cursar el tercero, dedicado a Prácticas y Memoria, según ella misma afirmó: por amor.
Desde los trece hasta casi los dieciocho años de edad, Pepita estudió en la Escuela Normal de Magisterio de Granada. Vivía en la Calle Horno del Haza, en el número 3, con sus tías Matilde e Isabel y sus abuelos. A partir de los diecisiete años, su salud comienza a decaer; una dolencia de estómago de la que nunca terminó de curarse. Su hermana Lola la describe como una muchacha simpática, servicial, nada presuntuosa por estar cursando estudios. Su piedad era “corriente”.  Aunque la familia materna de Granada era más practicante que la paterna. Mujer muy inteligente, que tuvo que realizar grandes esfuerzos y superar dificultades en el hogar de los abuelos y tías de granada, donde conjugaba la colaboración en el hogar con los estudios.
Preocupadas por su salud, las tías no quieren que esté encerrada en casa, confiaban en que saldría airosa de sus estudios, como la habían visto en otras ocasiones. La mandan a la Plaza de los lobos a tomar el aire. Los muchachos de la vecindad, miembros de familias amigas de los Morón, acuden allí. “¡Pepita era muy bonita, muy bonita!” –decía su tía Matilde.
Es en esta plaza, seguramente, donde Pepita comienza sus relaciones con un joven estudiante de Medicina, Manuel Bravo Palacios, a los dieciséis años.
Manuel Bravo Palacios, cuyas raíces familiares proceden, curiosamente de Guadix, era hijo de Manuel Bravo Caldas, Juez de Primera instancia y de Pilar Palacios Vilches, natural de Lucena, cuyo testigo de bodas fue el escritor accitano Pedro Antonio de Alarcón. Manuel Bravo Palacios nació en Arcos de la Frontera, el 7 de abril de 1890, donde su padre estaba destinado.
Joven apuesto e inteligente, el primero de su promoción en la Facultad de Medicina, Manuel Bravo Palacios era todo un caballero. Demetria, la niñera que cuidó de sus hijos, que actualmente tiene 94 años de edad, no se cansa de decirlo: ¡era un señor! Alto, de ojos azules, sombrero y reloj de bolsillo.
Estuvo muy enamorado de Pepita y su relación era aprobada por ambas familias. La muchacha en una carta que escribe a su padre solicitando su permiso para hacerse su novia lo describe así: “Es estudiante de Medicina y lleva la carrera muy adelantada, de muy buena familia, muy buen hijo; el único defecto que le he encontrado siempre es que ha tenido muchas novias aunque desde que está detrás de mi sé con seguridad que no mira a ninguna”. Don Manuel Segovia dio permiso a su hija. Mantuvieron un noviazgo de 8 años, durante el cual Pepita no descuidó sus estudios.
Cuando el sacerdote visitó la casa de Pepita en Jaén, ella se hallaba en estas circunstancias. Las mujeres que estudiaban en la época, la mayoría de las veces no ejercían su profesión, pues estos estudios se consideraban, en ocasiones, un complemento que dotaba de cultura a las futuras esposas de familias acomodadas. Se apasionó por el proyecto de Poveda desde el inicio. Dirigir una academia era una oportunidad que no se le ofrecía a cualquier mujer en aquellos tiempos. Josefa Segovia comprendió más tarde que la creación de la Academia formaba parte de un proyecto más amplio: la Obra Teresiana.
La relación continuó hasta 1915, por entonces Manuel ejercía de médico en el pueblo Jienense de Los Villares, él eligió este destino por estar cerca de su novia, en espera de que pepita obtuviera su Cátedra para decidir su destino definitivo. Pepita fue nombrada Inspectora de Orense. La noche antes de marcharse, la familia comentaba durante la cena, la inconveniencia de que una mujer tan joven, se marchara sola. Entonces Manuel Bravo dijo que lo mejor era casarse y que él pidiera destino allí. Pepita en ese momento cortó tajantemente la relación ante el asombro de todos. La familia de Manuel dice que la despedida se hizo a través de una carta que la novia le escribió, que Manuel llegó a la casa con la expresión desencajada y que su madre, preocupada, la sacó del bolsillo del abrigo más tarde y la leyó.
Tuvieron que pasar 11 años para que Manuel se casara con Concepción Cárdenas, con la que tuvo 5 hijos Concepción, Pilar, Manuel, Rosa y Pepito. Manuel murió joven, con 52 años. Su amor por Pepita fue muy grande.

miércoles, 1 de febrero de 2017

Nuevas luces sobre la familia de Diego de Guadix, por CARMEN HERNÁNDEZ MONTALBÁN.

    


    El archivo Diocesano de Guadix sigue dando frutos, entre los documentos hallados que don José Rivera Tubilla, de forma voluntaria está catalogando, se encuentra un pleito  de 1592 muy curioso del que trascribo un fragmento. 
    El demandante es, ni más ni menos que el hermano del Padre Diego de Guadix,  franciscano, arabista y lexicógrafo, autor del Diccionario de arabismos: recopilación de algunos nombres arábigos, del que el mismo Sebastián de Covarrubias bebió para elaborar el suyo propio. Pero además de este descubrimiento, tras leer la biografía del fraile erudito, en lo que lo emparentan con la familia Barrero citando a su sobrino Juan Villalta y Barrero, vemos que una lápida que antes estuvo en el Convento de San Francisco recientemente restaurado, que ahora se halla en el Archivo Diocesano, es la lápida familiar de la familia Villalta. En la biografía preliminar al diccionario, se dice que Diego de Guadix fue enterrado en el convento franciscano de su ciudad. Documentación y epigrafía, atan cabos.

    “Alonso de Bega y Barrero Vº (vecino) desta ciudad y familiar del Santo Oficio, en ella como mejor de derecho lugar aya aparezco ante Vmd. (Vuestra Merced) y digo que entre los hijos que tuvimos Ynes de Molina mi mujer y yo fue Alonso Barrero clérigo Presbítero Beneficiado que al presente es del lugar de Purullena y de la villa de Zafra, Obispado de Badaxoz al qual yo crie y alimente con mucho cuydado y diligencia y le di estudio y mediante lo susodicho se ordeno y le di en patrimonio quatrocientos ducados para que se ordenase señalados sobre unas cassas principales en la parrochia de Santiago y Fray Diego de Guadix mi hermano de la orden de Sto. Francisco para remediar mi necesidad y pobreza ynpetro el Beneficio de la villa de Zabra para el dicho Alonso Barrero mi hijo y ntro. Muy Stº Padre Clemente octavo le hizo gracia del y lo posee quieta e pacíficamente  para todo lo qual yo y el dicho mi hermano pusimos todos los medios umanos y justos y yo por sustentar al dicho mi hijo consumi toda mi hacienda quedando yo crisimo sin tener con que me poder sustentar ni a mi mujer y ntros. hijos y el susodicho olvidado de su obligación el y de la reverencia paternal y de lo que (,,,) esta obligado no me acude  ni  remedia antes me deja padecer y sufrir necesidad y aunque muchas veces le e pedido y rogado por descargo de su conciencia y por lo que debe a su abito y orden sacerdotal y por lo que esta obligado me remedie acuda y favorezca con la mitad a lo menos de los frutos de los dichos beneficios no lo a querido ni quiere hacer antes los disipa y gasta a su voluntad sin querer como dicho es remediarme, por tanto a Vmd. Pido y suplico atento a lo susodicho y a aquel dicho Alonso Barrero es el hijo mayor que tengo y el qual a consumido totalmente toda mi hacienda por su sentencia que en tal casso lugar aya le condene a que en cada un año durante  los días de mi vida y suyos me alimone y de el sustento necesario, señalando una cosa justa de lo que así goza y disfruta de la renta de dichos beneficios pues es justicia que pido y en lo necesario …”

Don Alonso de Vega y Barrero, según he podido averiguar por otro pleito guardado en el Archivo Diocesano, casó en primeras nupcias con Inés de Molina, de la que tuvo, con certeza, dos hijos: Alonso Barrero (de quien trata el pleito referido) y Mateo Barrero. Más tarde enviudó y volvió a casarse con Catalina de Villalta, con la que tuvo a Juan de Villata y Barrero, el sobrino de Diego de Guadix referido en la biografía. 

Según el expediente de Tomás Barrero y Juana de Palencia, descendientes de la familia Vega y Barrero, consta un esquema de la genealogía de la familia. Aparecen como padres de Diego de Guadix, Juan de Marchena y Marina Ruiz y los abuelos maternos: Diego de Úbeda y Elvira Martínez. 

AHDG, Exp. Matrimoniales, Caja 437, doc. 31.